Víctor M. Toledo*
Con los resultados en
la mano, pruebas, datos estadísticos e imágenes micro y nanoscópicas, un
selecto ensamble de especialistas de 23 países agrupados en el Proyecto
Renacimiento Humano dio a conocer lo que ellos consideran la causa
final de la infertilidad de las mujeres, que en menos de una década ha
convertido a la humanidad en una especie amenazada de desaparición: los
alimentos transgénicos. Como es sabido, 99.4 por ciento de las mujeres
que forman hoy en 2050 la especie humana son estériles, el resto sólo
logra procrear individuos deformes, con atraso mental o con enfermedades
mortales. El equipo formado por destacados endocrinólogos de la
reproducción, genetistas, biólogos moleculares y ginecólogos logró
descifrar el gran enigma
con la ayuda de investigadores de otros
campos. Al estudiar las historias de vida de 13 mujeres que muestran
fertilidad total se percataron de un rasgo común: todas nacieron y
fueron procreadas en el continente africano y todas pertenecen a grupos
étnicos casi extintos, habitantes de remotos lugares selváticos de
África. El estudio de estas nuevas Evas reorientó las pesquisas hacia la
hipótesis, defendida por especialistas franceses, brasileños y rusos,
de que la esterilidad estaba ligada a sustancias que promueven la
producción de estrógeno, la hormona que regula la ovulación.
El rasgo en común de las poquísimas mujeres fértiles llamó de
inmediato la atención. Lo que brillaba por su ausencia era la
explicación del fenómeno. Fue un ginecólogo peruano, apasionado lector
de los orígenes humanos, quien sugirió la pista de correlacionar la
ingesta de alimentos transgénicos con la esterilidad de las mujeres. La
hipótesis comenzó a tomar fuerza cuando se comprobó que ninguna de las
mujeres fértiles, todas ellas hermosas diosas de la negritud, había
probado en su vida ninguno de los siete cereales malditos
: maíz,
arroz, sorgo, trigo, centeno, cebada y mijo (además de la soya)
genéticamente modificados, que hoy dominan los monótonos paisajes de la
Tierra, impulsados cada vez con más fuerza por cinco corporaciones en
pleno contubernio con la FAO, la Fundación Gates y los regímenes
dictatoriales que controlan el planeta. Estos alimentos, adaptaciones
logradas por la bioingeniería, a partir de las creaciones originales de
las grandes civilizaciones de la antigüedad, van dirigidas
fundamentalmente a encadenar los estómagos de los ciudadanos del mundo a
los aparatos corporativos del gran capital.
Habitantes de islas selváticas en un inmenso mar de cultivos
transgénicos, estas mujeres se nutrieron básicamente de alimentos
locales como tubérculos (yucas, ñames, taros, malangas), frutos
silvestres y cultivados, semillas, insectos diversos y la carne de
animales capturados o cazados en las selvas. Dado que sus madres,
abuelas y demás parientes antiguos estuvieron a salvo de consumir esos milagros biotecnológicos
es que estas 13 salvadoras de la especie lograron mantener incólume su
capacidad dadora y reproductora de vida. La explicación fina es
esencialmente genética y molecular. Dado que un alimento transgénico es
aquel obtenido de un organismo al cual le han incorporado genes de otro,
llamada tecnología del ADN recombinante, ha resultado oportuno explorar
tres causas: el impacto de los marcadores de resistencia a antibióticos
en la microflora intestinal de los seres humanos, la consecuente
aparición de bacterias patógenas de relevancia clínica y, ligada a las
anteriores, la aparición de replicones enloquecidos que violando la
barrera placentaria modifican genéticamente las células sexuales de
mujeres y hombres. Un replicón es una molécula circular de ADN, que
inicia el ciclo de replicación, controla la frecuencia de eventos de
iniciación de la replicación, segrega el cromosoma replicado a la célula
hija y ordena la producción de componentes estructurales de la célula.
El panorama se ve complicado por las decenas de accidentes
nucleares que han ocurrido en prácticamente cada rincón del mundo. Es
decir, que la contaminación por radiactividad se ha combinado con la
contaminación genética provocada por los alimentos transgénicos, ya que
la primera induce, entre otros efectos, la depresión inmunológica,
especialmente en las mujeres. Otro fenómeno que se ha concatenado es la
drástica desaparición de las abejas y otros insectos polinizadores en
las principales regiones agrícolas del planeta –otra vez con la
excepción de África–, a consecuencia de los pesticidas y de la propia
radiactividad, y que ha reducido en tres cuartas partes la oferta
alimentaria. Esto ha tenido un doble efecto: por un lado ha bajado la
ingesta de vitaminas y minerales procedentes de alimentos polinizados
por insectos, y por la otra el incremento notable, casi exclusivo, del
consumo de cereales genéticamente modificados por centenas de millones.
La noticia del descubrimiento ha llenado de esperanza. Un sentimiento
que ha corrido a contracorriente de los instintos suicidas de las masas
deprimidas y de la soberbia de los ejércitos de científicos que
trabajan, a todo vapor, en variedades de plantas y animales
genéticamente modificados, cada vez más en sintonía con los intereses
mercantiles, y con las tecno-dictaduras que en este año bisiesto de 2050
aún dominan al mundo. El hallazgo ha desencadenado una catarata de
rebeliones ciudadanas que radicalmente cuestionan el modelo de vida
impuesto en el último medio siglo por el despotismo tecno-capitalista.
No se trata solamente de retornar a los alimentos sanos, afirman
millones de ciudadanos, se debe terminar de golpe con este experimento
sin control en el que los monopolios económicos y políticos han metido a
la humanidad, y en el que los seres humanos hemos sido convertidos en
meras ratas de laboratorio.
* El 19 de septiembre de 2012 el biólogo francés Gilles-Eric Séralini
y sus colaboradores publicaron un artículo científico en la revista Food and Chemical Toxicology, reportando
que tras alimentar ratas de laboratorio durante dos años con maíz
transgénico NK603, los animales desencadenaron tumores cancerígenos. La
anterior ficción está inspirada en esos hechos.
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