04 de febrero de 2010
El dicho, "eres lo que comes," entraña gran verdad porque involucra la estabilidad física, intelectual, incluso social de una persona. Si un niño aprende a alimentarse correctamente tendrá las bases mínimas para crecer y desarrollar el resto de su potencial. Así como en la escuela no se enseña de todo, tampoco se debería ofrecer de comer cualquier cosa. Los centros escolares no pueden desestimar la influencia que ejercen sobre las prácticas de nutrición de sus educandos. Al vender un determinado alimento en vez de otro se hace pedagogía y esa ciencia no es posible dejarla a las reglas del libre mercado.
Falso que la alimentación sea un asunto meramente privado, concerniente en exclusiva a las familias. Aunque un niño obtenga una apropiada nutrición en casa, si las tiendas de los centros escolares tienen como únicas opciones bebidas edulcoradas, azúcares y harinas, esa misma persona tenderá a la malnutrición y la obesidad. Por tanto, las autoridades educativas han de asumir responsabilidad plena sobre esta materia. Con su política —activa o pasiva— inducen al infante para que sea tolerante y hasta entusiasta con la comida chatarra, o para que la rechace en pos de una mejor y más sana alimentación. Si al alumno se le advierte del riesgo que enfrenta su organismo por el consumo excesivo de carbohidratos, éste tendrá las herramientas conceptuales para racionalizar los nutrientes que consume. Por mínima coherencia, ese mensaje debe reflejarse en los alimentos que se venden dentro de la escuela. Hasta aquí el razonamiento es obvio.
La Secretaría de Educación Pública tendrá que actuar en este sentido. Las escuelas mexicanas son fábricas de niños obesos, nuestro país ocupa el primer lugar mundial en esta clasificación. La SEP no deberá asumirse como impotente frente a las inercias del consumo indiscriminado e intensivo de basura, hacerlo sería equivalente a claudicar a la hora de enfrentarse a los responsables de esta circunstancia.
Hasta ahora la autoridad no ha sido capaz de ponerle límites a las cooperativas escolares, un negocio que frecuentemente es administrado por el sindicalismo magisterial. Tampoco parece tener el músculo para oponerse a los intereses de las grandes empresas productoras de alimentos que siguen ofreciendo un menú con altos contenidos calóricos, en vez de forzarse a migrar hacia una mayor calidad nutricional al servicio de sus consumidores.
Empresas cuya talla, por cierto, no es menor. Visto está que su capacidad de cabildeo ante legisladores y funcionarios es muy potente.
Los ciudadanos comunes siempre tenemos la impresión de que en este país sólo importan los intereses de los menos. Esperemos que los 25 millones de niños que compran dulces, panes y papas todos los días, en las intocables tienditas escolares, sí sean relevantes para los funcionarios. Sobre todo cuando los infantes compiten con la alta política electorera.
--AHANAOA A. C.
Miguel Leopoldo Alvarado
Fundador y Presidente