La longevidad humana, un triunfo evolutivo ¿amenazado?

Pedro Javier García Castañeda*

El pasado agosto cumplió 103 años. Cuando fuimos a visitarla no paró de mirar el gran ramo multicolor de gerveras que le llevamos de regalo. Al explicarle en voz alta que, allí, había más de ciento tres pétalos juntos, sus ojos, se hicieron más profundos, como si estuvieran calculando algo… después su brillante mirada agradecida parecía decirnos mucho más que todas las palabras que ya no usaba desde hacía un par de años.

Si algo podemos celebrar este mes de octubre, con su Día Internacional de las Personas Mayores, es el aumento de la esperanza media de vida, desde principios del pasado siglo XX. Se estima que el ciclo vital se ha duplicado, en sólo cien años (en los países ricos). Si alrededor de 1900 durábamos una media uno 40 años, en el 2000 habíamos sumado otros cuarenta años. Y todo gracias al avance de las ciencias biomédicas y sociales y a sus figuras destacadas. No ha valido ni la quema de herejes ni la persecución política o el exilio; el progreso ha continuado.

El ser humano libre siempre ha anhelado, más consciente o menos, la supervivencia y la continuidad; en el fondo, seguramente, la inmortalidad. Claro, con ciertas condiciones, como refleja el famoso mito de Titonio, que pidió a los dioses vida eterna, para estar con su amada Aurora, pero olvidó pedir esa inmortalidad con salud, no como un viejo lleno de las calamidades por toda una vida descuidada.

El progreso tecnológico aplicado a la higiene tanto en el ámbito público sanitario como en el doméstico fue uno de los pilares del aumento de nuestra longevidad. Ya no moríamos tanto de niños por infecciones o epidemias desconocidas, lo que nos permitía llegar a viejos y morir por atrás patologías o síndromes geriátricos. Después, las mejoras en el ámbito laboral, en la dieta, en el diagnóstico y tratamiento personalizado, etc. vienen haciendo el resto. La persona más longeva conocida, con 122 años, fue la francesa Jeanne Calment (1875 - 1997).

Una de nuestras líneas de investigación más interesantes en el campo gerontológico y geriátrico es el estudio de las personas longevas y su perfil de salud, que viene a ser un modelo de envejecimiento saludable, al tener menores índices de patología que la media de la población. El interés por las personas nonagenarias y centenarias no ha hecho sino crecer desde que se conocieron los casos de distintos lugares del mundo donde la gente vivía muchos años, como Vilcabamba (Ecuador), Hunzaland (Pakistán), Abjasia (Cáucaso), Yagodina (Bulgaria); e islas como Paros (Grecia), Cerdeña (Italia), Okinawa (Japón), etc.

La mayoría de estas personas longevas coincidían en alguna características como tener antecedentes longevos, mantenerse activas, dentro y fuera de sus casas, tener una dieta hipocalórica más vegetariana que carnívora, vivir en zonas rurales sin contaminación industrial, disponer de una red social y familiar estable; además de ciertas características psicológicas como el optimismo, la curiosidad y el control y manejo asertivo de las situaciones estresantes.

Frente a toda esa información positiva y esperanzadora, sigue apareciendo, la noticia alarmante de que las próximas generaciones sufrirán una reducción de su longevidad, como consecuencia de patologías derivadas de la dieta hipercalórica y el sedentarismo. Nosotros podemos añadir, que debido, sobre todo, a la dejadez política y el descontrol social sobre cuatro ámbitos esenciales para la salud: la publicidad en televisión, la industria alimentaria, la escuela y la familia.

Según el experto S. Jay Olshansky: "En un futuro, las naciones más sanas serán las más ricas".

* Profesor y director del máster sobre envejecimiento y personas mayores de la ULL